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domingo, 27 de abril de 2014

Why Thomas Piketty’s wrongheaded economic manifesto is all the rage


The Liberals’ New Hero

by Guy Sorman



It’s not every day that an academic work, written by a French economist and published by a university press, is celebrated as a “watershed book,” but this is what commentators are saying about Thomas Piketty’s Capital in the Twenty-First Century—at least, liberal commentators

The New York Times’s Paul Krugman, among others, has deemed Capital the most important economic book in a decade. Less ideological readers should be more cautious. 

Piketty’s book is important and deserves respect: his 700-page opus, a decade in the making, brings together an incredible amount of data on the accumulation of capital since the Industrial Revolution. 

If you want to know, say, the relative income of a landowner in the United States or in France compared with an entrepreneur in the mid-nineteenth century, Piketty has an answer. 

Piketty also helps explain why the French remember their revolution and the subsequent Napoleonic period fondly: “It was an era of relative high wages for the lower class following the redistribution of land and mobilization of labor to meet the needs of military conflict.” 

His book is a trove of similar historical nuggets.

Piketty claims that he has not written an anticapitalist book. Karl Marx’s Das Kapital was not anticapitalist in the same fashion: it only purported to explain how and when capitalism would collapse from its internal contradictions. 

“The bourgeoisie will dig its own grave,” Marx wrote. 

Among other goals, Piketty aims to examine the circumstances in which entrepreneurship or wage employment is more or less financially rewarding than capital ownership. 

According to his theory, “When the rate of return on capital is higher than the economy’s growth rate, capital income tends to rise faster than wages and salaries.” 

This happens to be the current situation in the West. As a consequence, inequality rises, because workers’ income stagnates when capital-owner revenue accumulates.

If the trend continues for years, the capital owners transmit this accumulated wealth to their heirs—and they become an entrenched oligarchy, a financial aristocracy.

“The entrepreneur inevitably tends to become a rentier,” Piketty writes, “more and more dominant over those who own nothing but their labor. Once constituted, capital reproduces itself faster than output increases. The past devours the future.” 

This apocalyptic vision of capitalism’s inevitable collapse is strictly recycled Marxist prophecy. (Piketty, it’s worth noting, is interviewed at length in the latest number of the Marxian New Left Review.) 

Piketty admits that “the American nation is not yet there,” but we might get there if the government doesn’t do something to curb the trend. Piketty’s formula here is the classic Jeremiah tactic: predict a disaster, wait for it to happen, and then proudly announce, “I told you so.”

To explain why the preordained transformation of entrepreneurs into unproductive rentiers hasn’t yet happened, Piketty adds a new twist to Marx. 

Wars and global crises—“shocks,” in Piketty’s parlance—wipe out accumulated wealth, allowing true entrepreneurship to start anew. 

The rejuvenating role of disasters may have some historical basis (Piketty argues convincingly for it in the case of the two world wars). But a more straightforward and less ideological analysis would show that, apart from such cataclysmic events, innovation—or “creative destruction,” as Joseph Schumpeter described it—opens the field to new entrepreneurs, while eradicating rent seekers. 

“Shocks” of the kind Piketty describes are hardly needed.

Piketty also updates Marx’s pessimism. “Are we headed towards the end of growth for technological or ecological reasons, or perhaps both at once?” he asks. Marx thought that nothing more could be invented beyond the steam engine. By including ecology among the list of concerns, Piketty expands the declinist criteria, thus dismissing those still naïve enough to believe in progress.

Piketty’s statistics are superficially impressive, but they can’t be taken at face value. 
  • His gross income figures, for instance, exclude redistribution and social programs. 
  • The inequality figures he cites would be much less striking if he computed them—as is commonly done—based on net income after redistribution. 

Not doing so seriously distorts economic conditions. 

Piketty seems unwilling to concede that income alone, however calculated, does not account for all social reality: we all benefit from progress in multiple areas—health, transportation, consumer technologies—regardless of income.

Piketty’s book is less interested in economic efficiency than in social justice. “Building a just society,” he writes, “is the purpose of democracy.” For Piketty, “just” is the equivalent of “egalitarian.”

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Argentina: Sólo resta saber hasta qué punto la sociedad sigue siendo aquella a la cual poco o nada le interesan las instituciones, la independencia de poderes, la inserción argentina en el escenario internacional o la corrupción, en la medida que le solucionen la inseguridad, el dólar y la inflación


Una encrucijada entre dirigencia y sociedad

por Gabriela Pousa

La "no renuncia" del Subsecretario Técnico de la Presidencia, Carlos Liuzzi, es un síntoma perfecto del kirchnerismo según Cristina. Una jefe de Estado parecida a las antiguas matronas que cobijaban hijos pródigos o díscolos, sin diferenciarlos siquiera. No existe un medidor de grados de corrupción pero estos avales de la Presidente a funcionarios manchados con dinero y con sangre, la sitúan a ella como la mandataria más corrupta de las últimas décadas. No sólo corrompe sino también apaña la corrupción ajena.

Hay una suerte de cofradía en Balcarce 50. Ni siquiera Néstor Kirchner podría disputarle ese primer puesto, recuérdese que frente a las evidencias explícitas, sacó a Felisa Micelli de Economía. Luego, Cristina la retornó ofreciéndole un cargo, una especie de amnistía en un foco infeccioso donde el pus aflora por todos lados.. Esa misma amnistía encubierta, parcial y a conveniencia rige para quienes mataron en los ’70. Los montoneros están subsidiados, los militares presos aún superando los 80 años y no teniendo proceso ahí están, esperando.

Es verdad que si en este momento, la mandataria, tuviera que echar a cada funcionario sospechado o imputado por la justicia se quedaría sin gabinete y sin aplausos para adornar cada uno de sus actos. Pero lo trascendente es observar de qué modo, el gobierno se convierte en un rejunte de imputados judicialmente y sospechados. Por más que haya internas en su seno, nadie puede tirar la primera piedra ni acusar al compañero. Saldría salpicado.

En ese contexto, el kirchnerismo necesita adoptar otro relato. Ya no sirve aquel "traje a rayas para evasores" que pedían en mayo de 2003, ni es válido el discurso igualitario. Hay una ley para ellos y otra para el pueblo. Hay una Justicia ciega y otra espiando por sobre la venda. Hay un Norberto Oyarbide que con su sola presencia corrobora la dependencia del Poder Judicial del Ejecutivo Nacional.

En definitiva, con la república ha muerto la credibilidad en la dirigencia. Y una vez perdida, la confianza fácilmente no se recupera. Por esa razón el desesperado pedido de "amor, amor, amor" de Luis D’Elia en televisión fue considerado un "acting" más que un gesto con argumento en la razón aún cuando muchos puedan adherir con su desaforada prédica mediática.


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“La felicidad es un hermoso y ligero cervatillo. Cuando logras cazarlo se convierte en una pobre presa desesperada y, después de morir, en un hediondo pedazo de carne”.


Malcolm Muggeridge lo dijo hace 40 años: 
sin orden moral no hay orden social

por Eulogio López

El 26 de septiembre de 1971, 30.000 personas caminaban desde Trafalgar Square hasta Hyde Park en una manifestación por la renovación moral británica, conocida como Festival de la Luz. Mientras, el Frente de Liberación Gay y otros grupos de ‘rebeldes’, no antisistema, sino en el corazón del mismísimo sistema imperante, les insultaban y lanzaban bombas fétidas (hoy me temo que le lanzarían objetos más contundentes). Eran los indignados del momento, y Elena Valenciano, la amiga de todos los sufrientes, todavía no nos narcotizaba con su filantropía inmoral.

Poco después, el periodista británico de TV más reconocido, Malcolm Muggeridge, dentro de los actos del mismo festival, intervenía en el Central Hall de Westminster. Un grupo de señoritas disfrazadas de monjas subieron al escenario y se pusieron a bailar un danza obscena para impedirle hablar. No, no eran las Femen, tenían un poco menos de desvergüenza y un poco más de mala leche que las Femen.

Al final, Muggeridge consiguió hablar y pronunció, entre otras cosas, las palabras que encabezan este artículo: “Sin orden moral no hay orden social”. Para ser exactos, sus palabras fueron: “En una sociedad sin orden moral es imposible que haya orden de ningún tipo”… ni dignidad de tipo alguno. Una buena enseñanza para los políticos de entonces y para los de ahora.


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La crise de l’Europe est identitaire avant d’être institutionnelle ou économique.


L’Europe doit fonder 
la doctrine de sa propre survie

Entretien avec Pascal Esseyric réalisé par Nicolas Gauthier


Aujourd’hui, tout le monde critique l’actuelle construction européenne, mais tous les partis politiques en présence sont, peu ou prou, pour cette même construction européenne. Alors, Europe fédérale, confédérale ? Europe des nations ? Ou encore Europe fondée sur la coopération de nations souveraines ?

Vous avez cité quatre formes juridiques d’organisation de notre continent. Pourquoi pas ? En auriez-vous cité quarante, quatre cents, ou même quatre mille que vous n’auriez réglé aucune des tares originelles de l’Europe de Bruxelles. Tous les cinq ans, à l’occasion des élections européennes, c’est le type même de questionnement qui gangrène les débats et fait s’affronter les « souverainistes » et les « européistes ». Il faut se défaire de l’illusion institutionnaliste pour s’attaquer au fond du problème : à savoir les priorités existentielles auxquelles l’Europe refuse de répondre. Le colloque « Europe-marché ou Europe-puissance » que la revue Éléments organise ce samedi 26 avril ne sombrera pas dans le juridisme. Nos intervenants ne décideront pas in abstracto de la meilleure constitution possible dans le meilleur des mondes possibles. Notre position est la suivante : la crise de l’Europe est identitaire avant d’être institutionnelle ou économique. Sans frontière ni symbole, cette Europe n’est porteuse d’aucun projet de société autre que ceux du libre-échange et de la consommation.

Dès sa naissance en 1973, le magazine Éléments, comme le courant de pensée qu’il incarne depuis quarante ans, a été de tous les combats pour l’identité et la souveraineté de la civilisation européenne. Que pensez-vous des arguments des souverainistes qui dénoncent la construction européenne ?

Il s’agit souvent d’analyses fondées aux conclusions fausses, que nous avons toujours cherché à reprendre et à approfondir. Toutes les critiques que les souverainistes adressent à l’Union européenne pourraient aussi bien être adressées aux États-nations eux-mêmes : centralisme technocratique, effondrement du politique, soumission aux marchés financiers, atlantisme, haine de soi, universalisme, etc. L’impuissance de l’Europe n’est jamais que celle de ses nations.

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À force de savoir qu’avec la fin des colonies, on n’est plus chez soi chez les autres, on finit par ne plus se sentir chez soi à la maison.


Amin Maalouf, Alain Finkielkraut:
 la France est leur terre d’élection

par Christian Vanneste

Amin Maalouf est franco-libanais et issu d’une famille tissée de la diversité des chrétiens d’Orient. Alain Finkielkraut est un Français dont la famille juive polonaise a subi la persécution nazie. 

Tous deux sont venus d’ailleurs, mais l’un et l’autre participent à l’enrichissement du trésor qui leur est commun : la langue française. Au-delà de leurs communautés nationales ou religieuses d’origine, à l’égard desquelles ils cultivent l’un et l’autre une lucidité distante mais nullement indifférente, la France est leur terre d’élection, parce que c’est celle qui a accueilli et abrité leur pensée. Or, leur réflexion a abordé le même rivage : celui, passionnant ou inquiétant, de l’identité. Pour le premier, qui se voudrait sans doute citoyen du monde, elle est meurtrière, pour le second, elle est devenue malheureuse.

De quelle identité s’agit-il ? Amin Maalouf place au premier plan l’identité personnelle. Une personne ne se résume pas à une appartenance qui serait dominante. Elle peut être partagée entre celle d’où elle vient et celle du pays où elle vit. Elle peut en ressentir plusieurs et même en changer. Pour lui, l’identité communautaire enferme. Elle peut être fallacieuse et meurtrière. Le livre d’Amin Maalouf, Les Identités meutrières, est ainsi rempli des bons sentiments d’un immigré de haut niveau, humaniste, membre d’une communauté internationale qui est celle de la culture et de l’écriture.

Mais la mondialisation qui se traduit plus par l’uniformisation nord-américaine que par l’universalité humaniste fait naître le besoin d’identité, une identité réinventée plus que conservée chez les migrants, une identité souvent malheureuse chez les autres, chez les Français en particulier.

C’est le thème du dernier livre d’Alain Finkielkraut. Le besoin d’identité, c’est d’abord la résistance du citoyen, du membre de la Cité pour ne pas être réduit à n’être qu’un travailleur-consommateur. Mais cette résistance ne trouve qu’une faible ligne de défense dans la fragilité de l’identité nationale. « Nulle hérédité n’empêche les héritiers que nous sommes de laisser l’héritage en plan », écrit Finkielkraut.

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The readings for the Solemnity of Easter show how the faith of the first Christians was squarely based on historical events and objective truth.





Imagine for a moment that the Apostle Peter, standing before the Roman centurion Cornelius, had said, with a somewhat embarrassed grimace, “Well, it’s my personal opinion that Jesus rose from the dead—whatever that means. But that’s simply my truth, and is just one possible explanation.”

It sounds ridiculous. It is ridiculous. But it’s impossible to ignore that such words have often come from the lips of many modern-day Christians. Perhaps they have only a passing knowledge of what Scripture, Tradition, and history say about the Resurrection. Perhaps they don’t wish to offend those who scoff at such a “simplistic” acceptance of a supernatural event.

Or perhaps they feel that different people really can have different “truths”, none better than another.

But Peter’s words were direct and bold. “We are witnesses of all that he did…” he said, “This man God raised on the third day and granted that he be visible, not to all the people, but to us, the witnesses chosen by God in advance…” (Acts 10:39, 40). Such words are, to many people today, triumphalistic and exclusive and arrogant. But, then, we live in an age in which the only firm belief given a free pass is the belief that faith is not believable. “Faith” is seen as superstitious, based—at best—on feelings and intuitions, not related to anything verifiable and concrete.

Yet St. Cyril of Jerusalem, writing some 1700 years ago, noted that when Peter and John first ran to the empty tomb they did not, at that very moment, “meet Christ risen from the dead, but they infer his resurrection from the bundle of linen clothes” and connected that physical fact to Jesus’ own words and the prophecies of Scripture. “When, therefore, they looked at the issues of events in the light of the prophecies that turned out true, their faith was from that time forward rooted on a firm foundation.”

What the two men saw was unexpected and astounding, but they didn’t give themselves over to irrational judgments or emotional conjectures, but began to logically put together the pieces of the prophetic puzzle.

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El problema más urgente de los tiempos que corren: cómo crear un orden socioeconómico en el que todos sientan que su propio aporte es valioso


La igualdad tan esquiva


La presidenta chilena Michelle Bachelet dice que la desigualdad es el "gran adversario" de su país. Su homólogo norteamericano Barack Obama coincide; lo preocupa que la desigualdad de ingresos de su país esté "llegando a los niveles propios de la Argentina y de Jamaica". 

No son los únicos que piensan así. Aunque sólo fuera por motivos electoralistas, en todos los países democráticos y hasta en algunos que no lo son, como China, presidentes, primeros ministros y otros se afirman resueltos a combatir la creciente desigualdad que, para desazón de los acostumbrados a creer que sólo se trataba de un fenómeno coyuntural, parece haberse instalado definitivamente. Con todo, si bien es fácil lamentar lo que está sucediendo, no lo será revertir las tendencias que están ampliando las diferencias entre los ingresos de una minoría ya relativamente opulenta y los demás.

La forma más sencilla de reducir la brecha consistiría en obligar a los ricos a pagar impuestos confiscatorios, pero para que funcionara tal arreglo –propuesto por el economista de moda, el francés Thomas Piketty, que se especializa en el tema– sería necesario un acuerdo internacional poco probable para impedirles trasladar su dinero a países más hospitalarios. 

Las iniciativas en tal sentido de su compatriota, el presidente François Hollande, han resultado contraproducentes al provocar un éxodo no sólo de capitales sino también de empresarios, profesionales y jóvenes ambiciosos. 

Bien que mal, siempre habrá diferencias de cultura económica entre los distintos países. 

Mientras que algunos, como Francia, suelen adoptar actitudes punitivas hacia los económicamente exitosos, otros, como Estados Unidos, el Reino Unido y, por paradójico que parezca, China y sus vecinos de tradiciones similares, suelen tolerarlos por suponer que la alternativa no sería el igualitarismo sino el estancamiento permanente. 

También varían las actitudes populares; a muchos los indigna que especuladores financieros acumulen fortunas gigantescas aun cuando lo hagan sin violar la ley, pero no les molesta en absoluto que estrellas deportivas como Lionel Messi o cantantes de rock ganen centenares de veces más que un empleado común.

La divergencia de ingresos que está agitando a muchos políticos y economistas se debe en parte a que el capital de los ya ricos rinde proporcionalmente más que el trabajo y también a que una revolución tecnológica que aún se encuentra en sus comienzos está modificando drásticamente el mundo laboral al eliminar franjas cada vez más anchas de actividades antes lucrativas. 

Hace décadas la mecanización de la agricultura en países avanzados como Estados Unidos dejó sin trabajo a millones de personas que en su mayoría terminaron trasladándose a ciudades industriales, pero un par de generaciones más tarde las fábricas empezaron a poblarse de máquinas. 

Entonces llegó el turno de oficinistas y ejecutivos que desempeñaban tareas bien remuneradas que se vieron reemplazados ya por sistemas informáticos, ya por trabajadores a miles de kilómetros de distancia, por lo común en países como China o la India, que son igualmente capaces pero más baratos.


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Livres: «Nous méprisons les élus, nous vénérons les élections.»


"Contre les élections"
David Van Reybrouck




David Van Reybrouck est belge. Dans ce pays complexe, on a l’habitude des solutions originales pour sortir d’ornières politiques qui semblaient insurmontables. Son livre prend le parti de la provocation dès le titre : « Contre les élections ». Est-il antidémocrate ? Au contraire, il estime que ce sont les élections qui le sont.

L’auteur part d’un constat, ce qu’il appelle le « syndrome d’épuisement démocratique». Manifesté par la montée de l’abstention et la défiance mutuelle entre citoyens et dirigeants, il le constate partout dans les vieilles démocraties occidentales. La cause de ce syndrome, il la voit dans l’identification de la démocratie avec les élections. Cette identification empêche, entre autres, l’apparition de formes démocratiques autres dans le monde, formes qui pourraient émerger d’institutions locales, ancrées dans les cultures des peuples. Les ratages de la démocratie élective dans des pays comme l’Irak, l’Afghanistan ou les pays africains après les printemps arabes doivent sans doute beaucoup à l’exclusion des structures traditionnelles de concertation et à l’imposition forcée d’un modèle occidental peu adapté aux réalités culturelles, historiques voire ethniques.

Cette identification, David Van Reybrouck la remet en cause. À travers une étude historique assez fouillée, il montre que jusqu’au début du XIXe siècle l’élection a été considérée comme un mode de désignation des dirigeants de nature aristocratique. 
  • Parce qu’il s’agit de désigner les meilleurs (aristos en grec). 
  • Que les républiques naissantes du début du XVIIIe siècle (USA, France) l’ont adoptée pour éviter la démocratie. 
  • Que le mode proprement démocratique de gouvernement est le tirage au sort. 

sábado, 26 de abril de 2014

Bubble eras were principally caused by the U.S. Federal Reserve and other central banks creating far too much new money and debt


Thomas Piketty’s Sensational New Book

By Hunter Lewis


Thomas Piketty, a 42-year-old economist from French academe has written a hot new book: Capital in the Twenty-First Century. The U.S. edition has been published by Harvard University Press and, remarkably, is leading the best seller list; the first time that a Harvard book has done so. A recent review describes Piketty as the man “who exposed capitalism’s fatal flaw.”

So what is this flaw? Supposedly under capitalism the rich get steadily richer in relation to everyone else; inequality gets worse and worse. It is all baked into the cake, unavoidable.

To support this, Piketty offers some dubious and unsupported financial logic, but also what he calls “a spectacular graph” of historical data. What does the graph actually show?

The amount of U.S. income controlled by the top 10 percent of earners starts at about 40 percent in 1910, rises to about 50 percent before the Crash of 1929, falls thereafter, returns to about 40 percent in 1995, and thereafter again rises to about 50 percent before falling somewhat after the Crash of 2008.

Let’s think about what this really means. Relative income of the top 10 percent did not rise inexorably over this period. Instead it peaked at two times: just before the great crashes of 1929 and 2008. In other words, inequality rose during the great economic bubble eras and fell thereafter.

And what caused and characterized these bubble eras? They were principally caused by the U.S. Federal Reserve and other central banks creating far too much new money and debt. They were characterized by an explosion of crony capitalism as some rich people exploited all the new money, both on Wall Street and through connections with the government in Washington.

We can learn a great deal about crony capitalism by studying the period between the end of WWI and the Great Depression and also the last 20 years, but we won’t learn much about capitalism. Crony capitalism is the opposite of capitalism. It is a perversion of markets, not the result of free prices and free markets.

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There is a cliché according to which the French are genetically against classical liberalism and free-market economics.


The Big, Bad Market: 
A French Psychosis?



There is a cliché according to which the French are genetically against classical liberalism and free-market economics. 

However, that wasn’t always the case. At the end of the 19th century and the beginning of the 20th century, most French politicians and bureaucrats admitted that the State is globally inefficient and should be as small as possible. 

Even a large number of leftists, inspired by the anarcho-socialist Pierre Joseph Proudhon, were strongly opposed to taxation and big government. 

They criticized the wastefulness and the parasitism of the State. 

In his Théorie de l’impôt (Theory of Taxation) published in 1861, Proudhon described taxation as an “illusion” and accused the progressive income tax of being a “joujou fiscal” (tax plaything) used by self-proclaimed progressives in order to amuse the people. 

Opposition to income tax was so strong in France that it was fervently rejected, and almost created an outcry. 

The libertarian politician and economist Yves Guyot was fiercely opposed to income tax and did much for the cause of liberty. In 1898, he wrote “Les tribulations de M. Faubert” (“Tribulations of Mr. Faubert”), in which he warned about the danger of income taxes to liberty and prosperity. 

The income tax appeared in France in 1914 (after the United States!) along with the war and the decline of the French school of political economy.

How can it be that the French have such a statist mentality? 
  • Wars are greatly responsible for the growth of omnipotent government, on one hand. 
  • On the other hand, after World War II, the Communist Party gained influence: in the 1945 parliamentary elections, they received more than 25 percent of the vote, and in 1976, they had elected the most mayors in France. 
In 2013, a poll showed that 80 percent of the French disapprove of the capitalist system and 25 percent of those interviewed considered that we should abandon capitalism.

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France, Fille aînée de l’Eglise, es-tu fidèle aux promesses de ton baptême?


Relire Jean-Paul II - Homélie au Bourget

En juin 1980, Jean-Paul II effectue un voyage apostolique en France. Son homélie au Bourget restera célèbre. 

Extrait :

"Aujourd’hui, dans la capitale de l’histoire de votre nation, je voudrais répéter ces paroles qui constituent votre titre de fierté: Fille aînée de l’Eglise. Et j’aimerais, en reprenant ce titre, adorer avec vous le mystère admirable de la Providence. Je voudrais rendre hommage au Dieu vivant qui, agissant à travers les peuples, écrit l’histoire du salut dans le cœur de l’homme. Cette histoire est aussi vieille que l’homme. Elle remonte même à sa « préhistoire », elle remonte au commencement. Quand le Christ a dit aux Apôtres: « Allez, enseignez toutes les nations... », il a déjà confirmé la durée de l’histoire du salut, et en même temps il a annoncé cette étape particulière, la dernière étape.

Cette histoire particulière est caché au plus intime de l’homme, elle est mystérieuse et pourtant réelle aussi dans sa réalité historique, elle est revêtue, d’une manière visible, des faits, des événements, des existences humaines, des individualités. Un très grand chapitre de cette histoire a été inscrit dans l’histoire de votre patrie, par les fils et les filles de votre nation. Il serait difficile de les nommer tous, mais j’évoquerai au moins ceux qui ont exercé la plus grande influence dans ma vie: Jeanne d’Arc, François de Sales, Vincent de Paul, Louis-Marie Grignion de Montfort, Jean-Marie Vianney, Bernadette de Lourdes, Thérèse de Lisieux, Sœur Elisabeth de la Trinité, le Père de Foucauld, et tous les autres. Ils sont tellement présents dans la vie de toute l’Eglise, tellement influents par la lumière et la puissance de l’Esprit Saint!
Ils vous diraient tous mieux que moi que l’histoire du salut a commencé avec l’histoire de l’homme, que l’histoire du salut connaît toujours un nouveau commencement, qu’elle commence en tout homme venant en ce monde. De cette façon, l’histoire du salut entre dans l’histoire des peuples, des nations, des patries, des continents.
L’histoire du salut commence en Dieu. C’est précisément ce que le Christ a révélé et a déclaré jusqu’à la fin lorsqu’il a dit: « Allez.... enseignez toutes les nations, baptisez-les au nom du Père, et du Fils et du Saint-Esprit ». [...]
Au cœur de cette mission, au cœur de la mission du Christ, il y a l’homme, tout homme. A travers l’homme, il y a les nations, toutes les nations. [...]

Que n’ont pas fait les fils et les filles de votre nation pour la connaissance de l’homme, pour exprimer l’homme par la formulation de ses droits inaliénables! On sait la place que l’idée de liberté, d’égalité et de fraternité tient dans votre culture, dans votre histoire. Au fond, ce sont-là des idées chrétiennes. Je le dis tout en ayant bien conscience que ceux qui ont formulé ainsi, les premiers, cet idéal, ne se référaient pas à l’alliance de l’homme avec la sagesse éternelle. Mais ils voulaient agir pour l’homme. Pour nous, l’alliance intérieure avec la sagesse se trouve à la base de toute culture et du véritable progrès de l’homme.

Le développement contemporain et le progrès auxquels nous participons sont-ils le fruit de l’alliance avec la sagesse? Ne sont-ils pas seulement une science toujours plus exacte des objets et des choses, sur laquelle se construit le progrès vertigineux de la technique? L’homme, artisan de ce progrès, ne devient-il pas toujours plus l’objet de ce processus? Et voilà que s’effondre toujours plus en lui et autour de lui cette alliance avec la sagesse, l’éternelle alliance avec la sagesse qui est elle-même la source de la culture, c’est-à-dire de la vrai croissance de l’homme.

Le Christ est venu au monde au nom de l’alliance de l’homme avec la sagesse éternelle. Au nom de cette alliance, il est né de la Vierge Marie et il a annoncé l’Evangile. Au nom de cette alliance, « crucifié... sous Ponce Pilate » il est allé sur la croix et il est ressuscité. Au nom de cette alliance, renouvelée dans sa mort et dans sa résurrection, il nous donne son Esprit...

L’alliance avec la sagesse éternelle continue en Lui. Elle continue au nom du Père, du Fils et du Saint-Esprit. Elle continue comme le fait d’enseigner les nations et de baptiser, comme l’Evangile et l’Eucharistie. Elle continue comme l’Eglise, c’est-à-dire le Corps du Christ, le peuple de Dieu.

Dans cette alliance, l’homme doit croître et se développer comme homme. Il doit croître et se développer à partir du fondement divin de son humanité, c’est-à-dire comme image et ressemblance de Dieu lui-même. Il doit croître et se développer comme fils de l’adoption divine.

Comme fils de l’adoption divine, l’homme doit croître et se développer à travers tout ce qui concourt au développement et au progrès du monde où il vit. A travers toutes les œuvres de ses mains et de son génie. A travers les succès de la science contemporaine et l’application de la technique moderne. A travers tout ce qu’il connaît au sujet du macrocosme et du microcosme, grâce à un équipement toujours plus perfectionné.

[...] Ecoutons encore une fois ce que dit le Christ par ces mots: « Tout pouvoir m’a été donné au ciel et sur la terre », et méditons toute la vérité de ces paroles.

Le Christ, à la fin, dit encore ceci: « Je suis avec vous tous les jours, jusqu’à la fin du monde »; cela signifie donc aussi: aujourd’hui, en 1980, pour toute époque.

Le problème de l’absence du Christ n’existe pas. Le problème de son éloignement de l’histoire de l’homme n’existe pas. Le silence de Dieu à l’égard des inquiétudes du cœur et du sort de l’homme n’existe pas.

Il n’y a qu’un seul problème qui existe toujours et partout: le problème de notre présence auprès du Christ. De notre permanence dans le Christ. De notre intimité avec la vérité authentique de ses paroles et avec la puissance de son amour. Il n’existe qu’un problème, celui de notre fidélité à l’alliance avec la sagesse éternelle, qui est source d’une vrai culture, c’est-à-dire de la croissance de l’homme, et celui de la fidélité aux promesses de notre baptême au nom du Père, et du Fils, et du Saint-Esprit!

Alors permettez-moi, pour conclure, de vous interroger:
France, Fille aînée de l’Eglise, es-tu fidèle aux promesses de ton baptême?

Permettez-moi de vous demander:
France, Fille de l’Eglise et éducatrice des peuples, es-tu fidèle, pour le bien de l’homme, à l’alliance avec la sagesse éternelle?

Pardonnez-moi cette question. Je l’ai posée comme le fait le ministre au moment du baptême. Je l’ai posée par sollicitude pour l’Eglise dont je suis le premier prêtre et le premier serviteur, et par amour pour l’homme dont la grandeur définitive est en Dieu, Père Fils et Saint-Esprit."


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Lech Walesa, Poland's former president, gave an address at Newsmax's dinner in Rome Friday night.After his address, Walesa responded to a question about the crisis in Ukraine


Lech Walesa to Newsmax:
 'Values' Crucial to World's Future



Newsmax CEO Christopher Ruddy hosted a delegation of Americans to the papal canonizations in Rome. 

Lech Walesa, Poland's former president, gave an address at Newsmax's dinner in Rome Friday night. 

Here are his remarks:

When I was involved in my opposition and fight against communism, we all fought against more than 200,000 Soviet troops permanently based on Polish territory and over a million Soviet troops in the surrounding satellite countries, plus nuclear silos as well

At the same time, it was whispered into our ears that we stood no chance whatsoever of changing that status quo. The communist regime never allowed us to integrate or get together. Whenever there was any attempt by dissidents and those opposed to the regime to get together, we would always be split and fragmented.

You may still remember the reality back then that no one really believed there was any chance whatsoever to overcome that situation in the world. I personally had the opportunity to consult all the big leaders of the world at that time: presidents, prime ministers and even some kings. And none of them – not even a single one – claimed there was the least of chance of changing the status quo other than through a nuclear war.

Why are we looking back at that situation now? Simply because when we raise the issue of globalization or of European integration, we also hear voices of objection against those projects. When we were involved in the struggle against communism, as the end of the second millennium of Christianity was approaching, the world was totally helpless in the face of this reality.

We felt so helpless, even with the gift of a Polish Pope who actually broke down barriers in people. But a year after his election to the papacy, he came to Poland and I wonder whether you still recall the images of those events. We had almost all the Polish people flock, coming from all over the country, to meet him – almost all of them. And the world was amazed to see a supposedly communist country praying so fervently to the extent that even the secret police and the communists learned how to cross themselves. They never learned the proper words [In the name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit. Amen], so they would be saying “one, two, three, four, five.”

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Books: If there is a right to gay marriage, then opposition is literally illegal, and pluralism isn’t possible.

The Collapse of American Pluralism

by Fred Siegel

A new book gets the problem right but the solution wrong.


by George Marsden 


George Marsden, the distinguished historian of religion in America, has written a short, curious, and at times insightful book, The Twilight of the American Enlightenment. Awarded the Bancroft Prize in 1993 for his biography of Jonathan Edwards, Marsden rightly argues in his new book that American political culture has been shaped by an alliance between Protestant Christianity and Enlightenment rationality. “My argument,” he explains, “is that the mainstream thinkers of the 1950s can be better understood if we see them in far more continuity with the cultural assumptions of the founders than would be true of most mainstream thinkers today.” He aims to explain the collapse of the pluralistic liberalism of the 1950s, in which religion and reason—like the era’s Protestants, Catholics, and Jews—were seen to be in relative harmony. But his closing chapters propose a new sort of pluralism based on the writing of Dutch theologian Abraham Kuyper.

The book opens with an extended recapitulation of 1950s academic and popular discussions about the impact of mass society on individual freedom. Marsden covers familiar territory, recounting the arguments of Eric Fromm’s Escape from Freedom, David Riesman’s The Lonely Crowd, and Vance Packard’s The Status Seekers, among other titles. With some caveats, he sides with those who argued that consumerism and television were “destroying freedom” and individuality in America.

Marsden assumes that this view of middle-class American life was new and reflected real conditions. But neither was the case. The middle-class critique that he endorses first took shape around the First World War, in the so-called “revolt against the village,” which saw life on Main Street as stupefying and soul-crushing. The writers Marsden relies on either recycled those arguments or, because they were writing in the aftermath of the Second World War, saw America as susceptible to the same horrors that had overtaken Nazi Germany. Marsden seems unaware of the role that a cultural Marxism-cum-left-wing-Toryism played in foisting such arguments on ordinary Americans. The relatively placid life of the 1950s was the bounty of people who had lived through economic depression and war and yearned for conventional comforts. Whatever its shortcomings, this vision was hardly a danger to the American republic. But ideologues made it seem so, and Marsden accurately renders the consequences when their thesis became widely accepted.

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By Fred Siegel




This short book rewrites the history of modern American liberalism. It shows that what we think of liberalism today – the top and bottom coalition we associate with President Obama - began not with Progressivism or the New Deal but rather in the wake of the post-WWI disillusionment with American society. In the twenties, the first writers and thinkers to call themselves liberals adopted the hostility to bourgeois life that had long characterized European intellectuals of both the left and the right. The aim of liberalism’s foundational writers and thinkers such as Herbert Croly, Randolph Bourne, H.G. Wells, Sinclair Lewis and H.L Mencken was to create an American aristocracy of sorts, to provide a sense of hierarchy and order associated with European statism.

Like communism, Fabianism, and fascism, modern liberalism, critical of both capitalism and democracy, was born of a new class of politically self-conscious intellectuals. They despised both the individual businessman's pursuit of profit and the conventional individual's pursuit of pleasure, both of which were made possible by the lineaments of the limited nineteenth-century state.

Temporarily waylaid by the heroism of the WWII generation, in the 1950s liberalism expressed itself as a critique of popular culture. It was precisely the success of elevating middle class culture that frightened foppish characters like Dwight Macdonald and Aldous Huxley, crucial influences on what was mistakenly called the New Left. There was no New Left in the 1960s, but there was a New Class which in the midst of Vietnam and race riots took up the priestly task of de-democratizing America in the name of administering newly developed rights

The neo-Mathusianism which emerged from the 60s was, unlike its eugenicist precursors, aimed not at the breeding habits of the lower classes but rather the buying habits of the middle class.

Today’s Barack Obama liberalism has displaced the old Main Street private sector middle class with a new middle class composed of public sector workers allied with crony capitalists and the country’s arbiters of style and taste.